El aula como marca de lo común: Aportes para pensar la experiencia democrática necesaria

The Classroom as a Common Space: Exploring Its Role in Shaping Democratic Experience.

ORCID logo 0009-0000-1088-6536   Estefanía Pérez de Villa [1]

[1] Instituto de Formación Docente Continua Bariloche.

Fecha recepción: septiembre de 2024
Fecha aceptación: 17 de octubre de 2024

Tramas de la Formación Docente. Miradas desde el Sur / Año 2, n° 2 (2024), (pp. 7-16), diciembre, 2024, ISSN en linea: 2953-5522
Instituto de Formación Docente Continua Bariloche


Resumen

  En este ensayo me propuse poner en diálogo dos autores que se atrevieron a pensar, en términos político filosóficos, el totalitarismo que los atravesó, de manera directa, intentando, cada uno de ellos de un modo particular, formular respuestas y abrir preguntas sobre un fenómeno novedoso en la vida común humana.

  Del pensamiento de Hannah Arendt destaco su mirada sobre la pérdida del espacio público común, como marca definitoria de la modernidad. Esta pensadora toma como referencia de análisis las condiciones de posibilidad que permitieron el entonces novedoso modo de gestionar lo común como lo fue el gobierno democrático de Pericles en la Grecia clásica.

  Claude Lefort, por otra parte, mira también hacia el pasado para poder pensar ese presente abrumador como fue el S. XX. Deteniéndose en el cambio de forma de vida que se produjo en el Ancien Régime, que dió inicio a la modernidad. Detiene su mirada en el desmantelamiento de la autoridad simbólica de la monarquía, y cómo este abrió paso a otras formas democráticas de vida. Lefort destaca la indeterminación y la apertura inherentes de la democracia, donde el poder debe ser concebido, necesariamente, como un espacio vacío. Para este filósofo francés el totalitarismo surge como respuesta a los desafíos de la democracia moderna, y su propósito es reclamar para sí ese espacio vacío de poder.

  Lo que propongo es analizar estas miradas distintas sobre un mismo fenómeno, ya que nos permiten vislumbrar algunas aristas sobre la educación contemporánea y la experiencia democrática, que de otro modo podrían pasar desapercibidas.

  En la sección final desarrollo esta idea, pensando el aula, o el hacer escuela, como un espacio donde se marca lo común. Proponiendo otra perspectiva sobre qué significa la misma idea de estar marcado por lo común. Rechazando la noción simplista de que la educación solo marca a los individuos en términos negativos. Desarrollo, a continuación, una exploración más profunda de la potencia democrática del espacio educativo. Alentando a todos quienes habitamos y hacemos escuela hoy, a reconsiderar un sentido político pedagógico de la libertad, que no debe alejarse de la importancia del compromiso público, del pluralismo y de la vacuidad necesaria del poder político en las sociedades e instituciones democráticas.

Abstract

  In this essay, I aim to bring into dialogue two authors who dared to reflect, in political-philosophical terms, on the totalitarianism that profoundly affected them. Each, in their own distinctive way, ventured to formulate questions and responses to a novel phenomenon in the shared human experience.

  From the thought of Hannah Arendt, I highlight her perspective on the loss of a common public space as a defining feature of modernity. Arendt draws upon the conditions that enabled the then-revolutionary mode of managing the common good, exemplified by the democratic governance of Pericles in classical Greece.

  Claude Lefort, on the other hand, also looks to the past to understand the overwhelming present of the 20th century. He focuses on the transformation in ways of life brought about during the Ancien Régime, marking the beginning of modernity. His analysis centers on the dismantling of the symbolic authority of the monarchy and how this shift paved the way for other democratic forms of life. Lefort underscores the inherent indeterminacy and openness of democracy, where power must necessarily be conceived as an empty space. For this French philosopher, totalitarianism arises as a response to the challenges posed by modern democracy, aiming to reclaim that empty space of power for itself.

  What I propose is to analyze these differing perspectives on the same phenomenon, as they allow us to discern certain aspects of contemporary education and democratic experience that might otherwise go unnoticed.

  In the final section, I develop this idea further by reflecting on the classroom, or the act of schooling, as a space where the common is marked. I offer a different perspective on what it means to be shaped by the common, rejecting the simplistic notion that education solely imprints individuals in negative terms.

  I delve further into the democratic potential inherent in educational spaces, urging all of us who participate in and contribute to the life of schools today to reimagine the political and pedagogical meaning of freedom. This conception of freedom must remain deeply connected to the value of public involvement, the embrace of pluralism, and also urge us to be capable of conceiving and performing the vacuity of power inherent in democratic institutions of our contemporary societies.

   
Cuando hubo terminado de escribir, levantó los ojos y me miró. Desde aquel día he pensado en el Doktor Pannwitz muchas veces y de muchas maneras. Me he preguntado cuál sería su funcionamiento íntimo de hombre; cómo llenaría su tiempo fuera de la Polimerización y de la conciencia indogermánica; sobre todo, cuando he vuelto a ser hombre libre, he deseado encontrarlo otra vez, y no ya por venganza sino sólo por mi curiosidad frente al alma humana.
Porque aquella mirada no se cruzó entre dos hombres; y si yo supiera explicar a fondo la naturaleza de aquella mirada, intercambiada como a través de la pared de vidrio de un acuario entre dos seres que viven en medios diferentes, habría explicado también la esencia de la gran locura de la tercera Alemania.
Primo Levi, Si esto es un hombre.

Aportes para pensar el totalitarismo, Hannah Arendt y Claude Lefort. Introducción

 En este escrito desarrollaré algunos aspectos que considero que son claves para pensar los regímenes totalitarios del S XX desde los aportes de dos pensadores como son Hannah Arendt y Claude Lefort. El objetivo es ver de qué modo cada uno de ellos ejerce su contemporaneidad1 sobre el siglo XX, arrojando luces sobre las sombras que el propio siglo ha creado, pero sobre todo, atreviéndose a mirar la profundidad de esas tinieblas. 

 Los aportes que ambos autores nos proveen, permiten pensar en de qué modo se hace escuela, es decir, en cómo se construye y se ejecuta, la organización democrática de los espacios educativos. Esto requiere para sí, una profunda reflexión que pueda elucidar, no sólo en los modos del hacer sino también en los discursos que circulan en los ámbitos propios de lo educativo, gestos, signos, sombras, de prácticas que lejos de ofrecer horizontes de posibilidades justos e iguales; destinos ya sellados en prácticas excluyentes. Esto nos demanda, de quienes habitamos las aulas hoy, pensar la dimensión democrática no ya desde su organización y/o aspectos ejecutivos/burocráticos; sino como experiencias sinceras de posibilidades de ser en el mundo que permitan la inscripción de formas de vida justas e igualitarias.

Hannah Arendt: libertad, espacio público, igualdad y diferencia

 En su obra clave, Los orígenes del totalitarismo, Arendt intenta dar cuenta de que el totalitarismo, como forma de gobierno, posee algo que escapa a la taxonomía clásica desarrollada desde Aristóteles y, por lo tanto, no puede explicar lo propio de estos nuevos regímenes hijos del siglo XX  

 La autora propone repensar la vida política actual en contraposición a la vida política de la Grecia clásica, buscando ver cuáles fueron las condiciones de posibilidad que permitieron el surgimiento de esta forma de organización política. Esta reflexión la lleva a formular una de sus tesis centrales, en la que afirma que la modernidad ha perdido el espacio político por excelencia presente en el mundo helénico clásico, que es la dimensión de lo público y de lo común. El hombre moderno ya no se realiza en el ágora, en la acrópolis o viendo las tragedias griegas. Ahora, se autoexcluye en la búsqueda de su propio proyecto de vida: bajo la órbita de sus derechos individuales habita casi exclusivamente el espacio de lo privado.  

 De este modo, la modernidad da inicio a una época donde lo social, visto como una suma de individualidades, tiene prioridad sobre lo político -entendiendo lo político como el espacio de vida en común- quedando así anulada la posibilidad de construir intersubjetivamente esta dimensión. Suma a su análisis los aportes que Tocqueville realizará sobre las instituciones de la sociedad civil en las democracias liberales y de qué modo estas instituciones se convierten en elementos nodales para que el individuo liberal pueda poner un freno, desde lo colectivo, frente al aparato estatal. Contribuyendo al ethos social que evitaba, según Tocqueville, que los individuos se abandonaran a una vida puramente individual.  

 Luego, Arendt desarrolla aquello que es propio del hombre en tres aspectos: vita contemplativa, vita activa y acción. Sólo la acción es donde el hombre encuentra su potencia, porque esta se constituye como un acto creativo, ¿en qué sentido? Justamente, como aparece en el discurso de Pericles2: la irrupción del hombre qua hombre se da cuando este se convierte en creador de sí mismo. Un hombre sólo es libre cuando participa en un espacio político público entre iguales, quedando así, el espacio político, abierto a la posibilidad de lo nuevo.

La posibilidad de lo nuevo, natalidad

   La natalidad es la categoría central del pensamiento político arendtiano. Siendo la acción la actividad política por excelencia y la que mejor expresa su condición humana. Esta requiere, debido a su carácter performativo, de la aparición en el espacio público. Pero también es condición necesaria que este espacio sea plural, ya que para que se dé lo extraordinario como posibilidad y lo nuevo se despliegue, el espacio público debe ser plural. Si no se diese esta característica no podría darse lo novedoso y, por tanto, se anularía toda la potencia que hay en la acción política de la natalidad. Esta última es la condición de posibilidad del agente político. Natalidad también comprende el fenómeno de las revoluciones, cuestión que analiza llegando a afirmar que las revoluciones comenzaron a suceder solamente cuando “(...) en la Edad Moderna y no antes; los hombres empezaron a dudar que la pobreza fuera inherente a la condición humana.” (Arendt, 1963, p. 23).

   La novedad radical, como acto de apertura a todo lo nuevo por venir es lo que Hannah Arendt se preocupa de explicar y comprender ya que esta condición humana de libertad es, en parte, lo que se anuló en los totalitarismos. Tanto tiranía como dictadura, categorías ya existentes, tienen como objetivo mantenerse en el poder y si bien ambas anulan libertades individuales, Arendt no ve que compartan el mismo propósito que el totalitarismo. Esta forma de organización política tiene como objetivo la anulación del hombre qua hombre, es decir, de la posibilidad de inscripción de lo nuevo en la vida política. Es en este sentido que los campos de concentración se convierten en un instrumento para anular, tanto física como políticamente, toda posibilidad de diferencia3.

Terror, mismidad e ideología

  Otra característica del totalitarismo es que inhabilita la pluralidad presente en las democracias modernas representada en las distintas asociaciones políticas de la sociedad civil, y al hacerlo imposibilita la capacidad de individualizarse de la masa social, pasando a ser una masa totalitaria. Esta masa4, también ha perdido su capacidad de ser ciudadana. En esta eliminación de todo rasgo humano que se va dando en el totalitarismo, donde la muerte es no sólo biológica sino política, Hannah Arendt observa un mal radical ya que es hacia toda la humanidad. Mientras que ella plantea que lo propio de lo político es la natalidad, el régimen totalitario se erige como la política de la muerte. El terror no es sólo hacia la muerte física, sino hacia la imposibilidad de la individuación del ser humano, su muerte política. En esta nueva forma de organización política no hay división de clases: quedan anuladas como posibilidad misma de diferencia.

  Una cuestión clave, dirá Arendt, es que el totalitarismo anula la posibilidad de la existencia de las instituciones de la sociedad civil que Tocqueville detalla como fundamentales para un ethos social que permita entramar intersubjetivamente a los individuos, que si no por la propia naturaleza de los derechos individuales/liberales terminan aislando sus vidas de toda posibilidad de lo común.

 Estos elementos traen consecuencias en el modo de estar juntos, el terror se convierte en el elemento aglutinador, pero al mismo tiempo es el elemento que anula la posibilidad de la pluralidad en las dimensiones antes nombradas. Esta anulación de la posibilidad de la individualización del hombre hace que, en términos ontológicos, lo que se proyecte es una mismidad, es decir, como si todos tuvieran la misma identidad, negando así la posibilidad de la igualdad5. Por otro lado, la definición que Arendt hace de ideología ayuda a comprender el grado de aceptación que hubo en los regímenes totalitarios, por parte de la población. Hay una relación intrínseca entre el fin de la historia percibido por los individuos que conforman la masa totalitaria, y el telos o fin último de la historia6.

  Las ideologías totalitarias se erigen como la evidencia de que la historia es así y gracias a esta nueva organización política, continuará su camino natural hacia el telos histórico. El individuo que compone esa masa está tan alejado de su propia identidad/diferencia respecto al resto, que no posee en sí las herramientas para elaborar ningún tipo de juicio crítico que se oponga a esa ideología. El terror total y la ideología se convierten en los dos elementos que permiten aglutinar a la masa sin que esta se oponga. Para Arendt son pseudociencias que desarrollan la lógica de una idea, su objeto es la Historia, a la que le aplican la idea7; el resultado no es el cuerpo de declaraciones acerca de algo que es, sino el despliegue de un proceso que se halla en constante cambio. Pero el terror para gobernar sólo lo puede hacer sobre hombres aislados, que no pueden oponerse críticamente a donde las fuerzas deductivas de las ideologías parecieran conducirlos indefectiblemente. La pérdida de la capacidad de la experiencia y del razonamiento8, dirá Arendt en Los orígenes del totalitarismo, son elementos claves para comprender el éxito del mismo.

Claude Lefort, democracia y nueva legitimidad.

  Así como Hannah Arendt se nutrió de la democracia de Pericles para pensar algunas cuestiones modernas, Claude Lefort mirará el período del Ancien Régime (1453-1789) para poder pensar el totalitarismo. Para este filósofo la modernidad inaugura una desarticulación en el dispositivo teológico que se ve en ese período histórico. Este dispositivo aunaba en la figura del rey o príncipe dos dimensiones, la inmanente, el aquí de la ley, y la trascendente, el más allá que justificaba el orden político regente. El monarca era un representante divino, el más divino de los hombres. El rey, como cuerpo político, es un símbolo cuya desarticulación, siguiendo a Lefort, traerá consecuencias en diversos planos. Estas consecuencias que permitieron la forma de vida democrática moderna, veremos luego, se verán radicalmente alteradas por los regímenes totalitarios. Los aportes que realiza este pensador nos permiten ver lo político no como un campo de saber separado de la actividad humana, sino una forma de dar vida a lo social.

 Lefort desarrolla tres elementos que la definen. El primero de ellos es la posibilidad de distinguir la sociedad del estado; el segundo es la concepción del poder como lugar vacío; el tercero es la separación secular de la relación entre poder y saber.

 Con la revolución francesa lo que acontece de manera radical es que se desarma cualquier tipo de jerarquía trascendental preestablecida o innata, esta revolución que pone fin al período del Ancien Régime y da inicio a la modernidad para Lefort, marcará el inicio de la democracia moderna como forma de vida.    

Democracia como forma de vida

  Si bien como organización política la democracia fue originaria de Grecia, Lefort dirá que la característica moderna del modelo democrático es definirla como una sociedad, y no reducirla a un fenómeno únicamente de estudio político. Más bien una forma de vida que da cuenta de una sociedad determinada, ya que el significado político que despliega este tipo de sociedad en las personas es irreductible a cualquier forma de gobierno o mecanismo de toma de decisiones. Lefort abre un diálogo con Tocqueville, así como lo hiciera Hannah Arendt, ya que encuentra en el pensador americano la idea de que la democracia no se encuentra reducida a una forma de gobierno, sino una forma de sociedad donde la legitimidad del poder se funda en el pueblo.

 Lefort describe al menos tres características propias de lo democrático. La primera es justamente pensarla como sociedad, más que como forma de gobierno. La segunda característica viene como consecuencia de esa desincorporación del poder propio de la modernidad. Al haberse anulado las jerarquías innatas que se suponían preexistentes, hay en esta sociedad, un estado de apertura hacia la posibilidad de construcción permanente de todo orden, el mismo se encuentra, por su naturaleza democrática, abierto a la posibilidad. Esta indeterminación radical es un espacio que se verá disputado. La tercera característica es la que nos permite pensar el lugar de poder como necesariamente vacío, si bien Lefort no lo nombra como territorio, pienso en los aportes de Bourdieu para sumar a esa noción. ¿Por qué debe estar vacío el lugar de poder? Para Lefort lo que es propio de la modernidad está en el valor simbólico de ese espacio y cómo la democracia alía dos principios en apariencia contradictorios, que el poder emana del pueblo y al mismo tiempo el poder no es de nadie en particular. Si lo fuera, ya no sería democracia9.

La lógica totalitaria

  Tanto para Arendt como para Lefort el totalitarismo es un fenómeno propio de la modernidad. Para Claude Lefort, sin embargo, no es una forma de organización política, o al menos no se reduce a ello. Lo que el totalitarismo realiza, para este autor, es un reclamo. Exige para sí ese lugar de poder, espacio que otrora ocupara la figura del Rey. Pero, la lógica totalitaria no busca la trascendentalidad de ese poder como sí lo hacía la figura del monarca.Al ocupar ese espacio vacío, se anula la posibilidad misma de la democracia, ya que ésta coloca a los hombres y a sus instituciones, frente al desafío de crear sus propias jerarquías, certezas y/o normas, es decir, a esa dimensión de la indeterminación radical o estado de apertura propio de lo humano. La democracia requiere que las personas e instituciones sean creadores de sus justificaciones. Ahora bien, esto hace que el totalitarismo como posibilidad que reclama para sí el poder de ese lugar vacío e inocupable, sea siempre un fantasma que pueda acechar; no es fácil vivir en la indeterminación radical. Acontecimientos recientes parecieran fortalecer esta idea.

El aula como marca de lo común

  Propongo este título para abrir-se a las distintas interrogaciones y ruidos posibles. Lo primero que me surge como imagen son las marcas con las que los distintos hacendados reconocen a sus bestias en el campo. Fuerte, ¿no? pero permitámonos ir más allá, porque creo que es caer en un lugar común hegemónico, servicial a la liberal derecha que desea desfinanciar la escuela pública, que nos sumemos a esa teoría conspiracionista que pretende decir que la escuela es únicamente un lugar donde se marca a los y las estudiantes, para que sean simplemente bestias o ganado de algún hacendado pudiente. ¿Qué otros sentidos podríamos percibir en la imagen de estar marcado por lo común? Traigo aquí la propuesta de Arendt y pregunto: ¿y si aquello que nos falta es la dimensión colectiva? ¿No sería entonces la escuela el espacio de lo común que permite una paideia cívica para poder vivir la experiencia democrática por excelencia? Pero sí, como nos recuerda Lefort, la democracia no puede reducirse a una forma de gobierno o a un mecanismo de toma de decisiones, este sentido político de lo instituyente que no se acaba en lo instituido, es justamente la dimensión performativa que debemos, educadores y educadoras, tomar y dar sentido en un juego donde el diálogo deberá ser el espacio de explicitación de las diferencias entre iguales10. Y no pensar que la democracia acontece por el simple hecho de que de modo instituido así está establecido.

 Si lo político es un modo de vida que permite, en términos democráticos, inscripciones de vida más justas, es entonces en el aula donde se dan esos modos de igualdad. Por otro lado, y siguiendo a Lefort, no es posible pensar hoy en día una sociedad democrática sin los derechos del hombre, derechos que reivindican las luchas aciagas y venideras por la libertad política, irreducible ésta a un predeterminado cúmulo de derechos, en clara sintonía con la vacuidad del espacio de poder, siempre en apertura hacia el porvenir, hacia la posibilidad de lo nuevo. Para este filósofo francés es imposible concebir los derechos como libertades individuales, para él son claro ejemplo del valor simbólico que atañe a la dimensión política, como principios generadores de la democracia (Lefort, 1990). También se vuelve fecundo pensar lo político desde el enfoque de Lefort, ya que nos permite ver el aula como espacio político donde la vida democrática puede inscribirse en modos igualitarios de ser en el mundo, devolver la dimensión política de la educación es una tarea pendiente que Freire, entre otros, se ocupó de hacer notar. 

  Si lo político es un modo de vida que permite, en términos democráticos, inscripciones de vida más justas, es entonces en el aula donde se dan esos modos de igualdad. Por otro lado, y siguiendo a Lefort, no es posible pensar hoy en día una sociedad democrática sin los derechos del hombre, derechos que reivindican las luchas aciagas y venideras por la libertad política, irreducible ésta a un predeterminado cúmulo de derechos, en clara sintonía con la vacuidad del espacio de poder, siempre en apertura hacia el porvenir, hacia la posibilidad de lo nuevo. Para este filósofo francés es imposible concebir los derechos como libertades individuales, para él son claro ejemplo del valor simbólico que atañe a la dimensión política, como principios generadores de la democracia (Lefort, 1990). También se vuelve fecundo pensar lo político desde el enfoque de Lefort, ya que nos permite ver el aula como espacio político donde la vida democrática puede inscribirse en modos igualitarios de ser en el mundo, devolver la dimensión política de la educación es una tarea pendiente que Freire, entre otros, se ocupó de hacer notar.

Lo político en cuestión, elogio a los tumultos versus reivindicación de la polis clásica

  Ambos pensadores consideran que la modernidad ha permitido o ha creado las condiciones de posibilidad para que surjan tanto sociedades democráticas, como totalitarias. Para Lefort el totalitarismo surge como respuesta a la democracia moderna, como veíamos antes, reclamando un espacio vacío de poder y convirtiéndose en una posibilidad constantemente al acecho de las democracias actuales. Hay en Lefort, un elogio a los tumultos, un poco maquiavélico, presente, poniendo acento en la fecundidad del conflicto. Defendiendo el republicanismo democrático como la forma de gobierno que mejor se presta al movimiento, en sus propias palabras: “Experimentando la inestabilidad consigue obtener la mayor estabilidad. Pero, además, haciendo sensible la indeterminación que se vincula a toda institución humana, permite describir el papel del individuo, una capacidad de juzgar y de actuar que, cualesquiera que sean sus motivos o sus móviles, excede del marco de sus instituciones, de sus leyes o de sus costumbres.” (Molina, 2010, p. 572)

   Arendt, siguiendo las lecturas de Lefort sobre ella, y desde la mirada de este diálogo que realiza Sirczuk (2019), elabora una concepción más acotada de lo político teniendo como referencia el mundo griego clásico, para Lefort esto es cerrarse a la sensibilidad de comprender la modernidad política. Mientras que para Arendt hay en la modernidad una pérdida del espacio político, para Lefort, por el contrario, la modernidad augura una nueva forma de lo político y, por tanto, es también una sociedad política. Esta mirada que focaliza en la separación que hace Arendt entre lo político y lo social es la que más diferencias establece entre los dos autores.

 Creo que en Hannah Arendt hay un esfuerzo por comprender el fenómeno totalitario de un modo tenaz y sincero, si bien es cierto que su mirada hacia el mundo helénico clásico la lleva a formular ciertas tipologías atemporales, para Lefort esto provoca una falta de sensibilidad para mirar el presente. Sin embargo, es innegable que el pensamiento político contemporáneo se enriqueció con sus aportes teóricos, y su compromiso por la búsqueda de la explicación racional sobre acontecimientos históricos vividos en primera persona11. Pensadora sin igual que, ante todo, quiso comprender, hacerse cargo del tiempo en el que vivimos, como bellamente dice Lefort sobre ella, en la búsqueda de la conciliación de ese tiempo para comprenderse a uno mismo.

 Por otro lado, hay en la obra de Claude Lefort una búsqueda por la verdad con sonadas semejanzas a la presente en Arendt, sus análisis sobre las experiencias democráticas, así como las mutaciones de los totalitarismos podrían revitalizarse en este siglo XXI para pensar las democracias actuales signadas por la crisis de representatividad frente a un capitalismo cada vez más salvaje. Leer a Lefort hoy tal vez nos ayude a pensar si no estamos presenciando un reclamo de las mutaciones totalitarias de ese espacio de poder que necesariamente debiera estar vacío para que la democracia acontezca.

 Tal vez sea el tiempo de pensar la libertad en términos arendtianos, desde la necesaria aparición en ese espacio público de la natalidad, defendiendo la pluralidad del aula, condición inherente a la igualdad, y también participar en la vida democrática que nos atañe. Es decir, ocupar esos espacios que las diversas instituciones de la sociedad civil nos ofrecen para construir, performativamente, una vida democrática. Sin dejar de tener presente siempre la necesaria vacuidad del espacio de poder que requiere la democracia como forma de vida.


Bibliografía

Arendt, H. (2006). Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Alianza.
Arendt, H. (1993). La condición humana. Barcelona: Paidós.
Arendt, H. (2004). Sobre la Revolución. Madrid: Alianza.
Birulés, F. (comp.) (2010). Hannah Arendt. El orgullo de pensar. Barcelona: Gedisa.
Carpio, A. (2015). Principios de Filosofía, una introducción a su problemática. Buenos Aires: Paidós.
Lefort, C. (1990). La invención democrática. Buenos Aires: Nueva Visión.
Lefort, C. (2007). Disincorporation and Reincorporation of Power. En: Lefort, C., Complications. Communism and the Dilemmas of Democracy. New York: Columbia University Press.
Molina, E. (2010). La ciudad dividida y el sentido del republicanismo. Conversaciones con Claude Lefort. En: Maquiavelo, lecturas de lo político. Madrid: Editorial Trotta.
Sirczuk, M. (2019) Apuntes para una lectura de La condición humana. Madrid: Universidad Complutense.
Tucídides (2019). Historia de la guerra del Peloponeso. Madrid: Gredos.

Notas

[1] “Contemporáneo es aquel que recibe en pleno rostro el haz de tiniebla que proviene de su tiempo”, G. Agamben, 2011, p. 22.

[2] En lo que concierne a los asuntos privados, la igualdad, conforme a nuestras leyes, alcanza a todo el mundo (Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, 1, II, 35 a 46)

[3] Los campos son concebidos no sólo para exterminar a las personas y degradar a los seres humanos, sino también para servir a los fantásticos experimentos de eliminar, bajo condiciones científicamente controladas, a la misma espontaneidad como expresión del comportamiento humano y de transformar a la personalidad humana en una simple cosa. “(Arendt, 2006, p. 533).

[4] Los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados. En comparación con todos los demás partidos y movimientos, su más conspicua característica externa es la exigencia de una lealtad total, restringida, incondicional e inalterable del miembro individual. (Arendt, 1974, pág. 266)

[5] El principio de identidad desarrollado por Leibniz afirma que “todo ente es idéntico a sí mismo”. Con esto no se dice -adviértase bien- que todo ente sea “igual” a sí mismo, porque no es lo mismo la identidad que la igualdad. En efecto, 2 + 2 = 4, pero no idéntico a 4; mientras que 2 + 2 es idéntico a 2 + 2, y 4 es idéntico a 4. Pues la palabra “identidad” deriva del vocablo idem, que quiere decir “lo mismo”, de manera que “identidad” significa “mismidad”. Si a todo lo que no es idéntico se lo denomina diferente, podrá decirse que los iguales, como 2 + 2 y 4, son no idénticos, sino diferentes. La diferencia admite la igualdad como una de sus formas. (Carpio, A. 2015. p. 36)

[6] Hay otro aspecto de las teorías hegelianas derivado también de las experiencias de la revolución Francesa, que tiene incluso mayor interés para nosotros (...) El aspecto a que me refiero atañe al carácter de movimiento histórico, que, según Hegel y sus discípulos, es a la vez dialéctico y necesario (...) nació el movimiento y el contra movimiento dialéctico que arrastra a los hombres con su flujo irresistible, como una poderosa corriente subterránea, a la que debe rendirse en el momento mismo en que intentan establecer la libertad sobre la tierra. (Arendt, 1963, pág. 55)

[7] “(...) el resultado de esta aplicación no es el cuerpo de declaraciones acerca de algo que es, sino el despliegue de un proceso que se halla en constante cambio. La ideología trata el curso de los acontecimientos como si siguieran la misma “ley” que la exposición lógica de su “idea”. (Arendt, 1974, pág. 375).

[8] El objeto ideal de la dominación totalitaria no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino las personas para quienes ya no existe la distinción entre el hecho y la ficción (es decir la realidad empírica) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, las normas de pensamiento). (Arendt, 1974, pág. 379).

[9] Sobre todo, se debería reconocer el carácter simbólico del poder, en lugar de reducirlo a la función de órgano, de instrumento al servicio de fuerzas sociales que le pre existirían. Al no contarse con esta perspectiva, no se advierte que la delimitación de una esfera de lo político va acompañada de un modo nuevo de legitimación, no sólo del poder, sino de las relaciones sociales como tales. La legitimidad del poder se funda en el pueblo; pero a la imagen de la soberanía popular se le une la de un lugar vacío, imposible de ocupar y del que quienes ejercen la autoridad pública no podrían pretender apropiarse. La democracia alía estos dos principios en apariencia contradictorios: uno, que el poder emana del pueblo; otro, que ese poder no es de nadie. Ahora bien, la democracia vive de esta contradicción. (Lefort, 1990)

[10] Quien desarrolla la idea de la escuela como el lugar de la igualdad es Ranciére, y que Jan Maschellein y Martin Simons (2014) retoman en su célebre libro “En defensa de la escuela. Una cuestión pública”

[11] “Creo que el pensar como tal nace a partir de la experiencia de los acontecimientos de nuestra vida y debe quedar vinculado a ellos como los únicos referentes a los que puede adherirse” (Birulés, 2010, pág. 133).